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La vida de Fatoumata Diawara se ha escrito siempre con reglones torcidos. En la adolescencia se negó a ir a la escuela y fue entregada a una tía para entrar en vereda durante diez años que estuvo separada de su familia. Pero tampoco estudió, prefirió el cine: protagonizó Sia, la popular película de Dani Kouyaté, y se convirtió en estrella precoz. Incluso así, su padre rechazó que se dedicara a las artes. ¿Resultado? Escapó de su país, Mali, y se estableció en París para curtirse en baretos de tercera división. Ahora, por fin, la vida de novela de esta mujer de 29 años parece caminar sin borrones. Su primer disco, Fatou, estuvo tres meses consecutivos en lo más alto de la lista europea de músicas étnicas. Toda mi vida he cantado, siempre he amado la música, porque la música me ayuda mucho a liberar mi mente. Y porque cantar es la mejor forma que tengo de expresar todas mis alegrías y mis dolores, explica Fatoumata Diawara. Y a medida que voy haciéndome mayor, todavía más intento que la música sirva de vehículo de expresión para todo lo que ocurre en la vida, añade. En Londres, sede de la disquera World Circuit que ha editado su primer trabajo profesional, la joven cantante malí intenta restar importancia al hecho de ser mujer y artista. Incluso para un hombre, para un hombre africano, no es fácil emprender una carrera como músico profesional. No es muy habitual ver en África a una mujer que se convierta en cantautora y dé conciertos, aunque por fortuna cada vez hay más mujeres en la música, precisa Diawara, que apunta a nombres como Oumou Sangaré, Coumba Sidibé y Nahawa Doumbia como faros femeninos de su incipiente carrera artística. Y, añade, con el jazz que más amo, con Nina Simone, Billie Holiday y, en el campo tradicional, la argentina Mercedes Sosa.
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