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IMPACTO DEL CAMBIO CLIMÁTICO. SEGURIDAD ALIMENTARIA Y MIGRACIONES. SAHEL Y ÁFRICA OCCIDENTAL
27/5/21, Casa África/online
Ángeles Lucas, periodista
Los secos surcos de la piel de la madre y esposa peul Diari Sow ilustran en esta mujer saheliana el impacto del cambio climático, la seguridad alimentaria y las migraciones en la región africana.
El avance del desierto ha provocado que el ganado de su extensa familia apenas pueda pastorear en las zonas del noreste de Senegal donde habitualmente se movía, esto deviene en falta de alimentos para ella y los suyos, y por último en conflictos y en un desplazamiento hacia un lugar en el que puedan asegurarse que no pasarán hambre. En 2019 participaba en un proyecto del programa Acción contra la desertificación dentro del marco de la iniciativa de la Gran Muralla Verde en el Sahel para frenar el avance del desierto y proveer de recursos forestales y de cultivo a la región. Sow aprendió a trabajar el huerto y a elaborar una dieta para la comunidad y sus familiares a cosechar pastos.
Según Cadre Harmonisé, del Integrated Food Security Phase Indicator (IPC), una entidad que recoge los datos y prospecciones de agencias de la ONU y otras entidades que trabajan en la zona, se estima que entre marzo y mayo de 2021, más de 19,6 millones de personas se clasifican en la fase de crisis a catastrófica, que abarca de un estado nutricional serio a extremadamente crítico y un consumo de alimentos de moderado a extremadamente inadecuado, en 14 países del Sahel y África del Oeste. En Nigeria (9,2 millones), Burkina Faso (2,1 millones), Níger (1,6 millones), Sierra Leona (1,5 millones) y Chad (1,3 millones). A estos datos se le suman, solo para el Sahel central, los 5,4 millones de personas huidas de sus hogares, según datos de Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
IPC recoge también que la temporada agrícola 2020-2021 ha contado con buenas condiciones agroclimáticas, excepto en zonas inseguras donde el acceso a la tierra y los recursos es más limitado. No obstante, prevé que más de 27 millones de personas puedan sufrir inseguridad alimentaria en la región de junio a agosto de este año. La prospección es clave para entender el panorama actual y para poder modificar las dinámicas establecidas en el Sahel, donde los problemas son multicausales y transversale. Están imbricados entre sí de manera que repercuten unos sobre otros y generan un escenario de realidades complejas.
Más allá del cambio climático, la inseguridad alimentaria o los desplazamientos forzosos, que son causa y efecto de manera simultánea del panorama en la región, también interfieren en su desarrollo la limitación del acceso al agua, el yihadismo, los grupos rebeldes, los conflictos intercomunitarios… Además de la debilidad en la gobernanza y el abandono de zonas rurales, las limitaciones de derechos, los sistemas de salud deficientes o de saneamiento. Así como la baja escolarización, el déficit de infraestructuras, la explotación de personas, de recursos y el acaparamiento de tierras… En concreto, el cambio climático provoca condiciones meteorológicas más extremas, lo que genera sequías, desertificación, pérdida de biodiversidad, inundaciones, erosión de la tierra y de la costa, acidificación de los océanos o lluvias erráticas, entre otros fenómenos que afectan directamente a la agricultura, la pesca, la malnutrición, la violencia, los desplazamientos forzosos o las enfermedades.
Pero para ir a uno de los orígenes del problema del cambio climático, conviene dirigir la mirada hacia el norte, y ver los principales países emisores de dióxido de carbono, que es el principal gas responsable del aumento de la temperatura en el planeta. En África, el CO2 alcanzó los 1.449 millones de toneladas en 2019, lo que representa el 3,9% de las emisiones mundiales, según el Global Carbon Atlas. En cambio, en Estados Unidos, se emitieron 5.285 millones de toneladas, lo que supone el 14,5% mundial y le sitúa en la segunda posición de países más contaminantes después de China, que registró 10.175 millones de toneladas, el 27,92%. Estos datos dimensionan el desequilibrio entre la responsabilidad del problema y el impacto en un territorio que además es eminentemente agrícola: el 75% de la población que vive en África subsahariana está vinculada de forma directa o indirecta a empleos relacionados con la agricultura, según el Instituto Africano de Estudios Agrarios.
“El cambio climático tendrá repercusiones cada vez más negativas en muchas regiones del mundo, siendo las latitudes bajas las más afectadas, muchas de los cuales ya padecen pobreza, inseguridad alimentaria y diversas formas de malnutrición. En esas regiones la agricultura se verá afectada negativamente, en cambio, en las regiones con climas templados, podrían verse efectos positivos”, concluye el informe El estado de los mercados de productos básicos agrícolas de 2019, presentado por la FAO. De los africanos, asiáticos y latinoamericanos, indica que correrán un riesgo “desproporcionadamente alto”. La organización plantea más compromiso a los Gobiernos y pide una reestructuración en el comercio internacional para equilibrar las alteraciones que suponen estas prospectivas en el mercado agrícola mundial, que perjudicará a los países situados más al sur, cuya productividad descenderá y aumentarán sus importaciones y su dependencia.
En el caso de la seguridad alimentaria, la ONU cuenta con la FAO, la organización para la Alimentación y la Agricultura, autodescrita como: “la agencia que lidera el esfuerzo internacional para poner fin al hambre” con el objetivo es lograr la seguridad alimentaria y garantizar el acceso regular a alimentos suficientes y de buena calidad para llevar una vida activa y sana. Publican informes, hacen encuentros, orientan, y en algunos casos actúan en la zona, como el proyecto del que es beneficiaria Diari Sow, en el que participa tanto la FAO como un compendio de organizaciones, y otros como el de la creación de cerca de 1.000 cisternas de agua en el Sahel, tanto para consumo humano como animal.
En el ámbito de la alimentación, la ONU además de la FAO, también ampara el Programa Mundial de Alimentos, recién galardonado con el premio Nobel de la Paz, focalizado en el trabajo en terreno para ayuda humanitaria, fundamentalmente en situación de crisis, y en zonas en conflicto; y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (IFAD), especializado en áreas rurales.
Las tres agencias trabajan para conseguir los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el Sahel, además de otras como la OMS, la OIM, Acnur o Unicef. A ellas se suman en iniciativas contra la malnutrición y el cambio climático el Banco Mundial, la Unión Africana, el G5, la Cedeao, la Alianza para el Sahel o la Unión Europea, entre otras.
La cronificación de las crisis alimentarias ha provocado que estas entidades internacionales desarrollen proyectos o programas casi de manera permanente, por lo que se suman a los programas regionales, nacionales, municipales o comunitarios. En la batalla están también las agencias nacionales de cooperación, y la sociedad civil a través de ONG, asociaciones, proyectos, programas… Todas se suman a los mecanismos ya establecidos de actuación ante crisis alimentarias, de acogerse a las acciones de proximidad locales o comunitarias en primera instancia, a las nacionales como segundo recurso, o más generales como la Reserva Regional de Seguridad Alimentaria de la Cedeao para el Sahel y África occidental. “Una vez están agotadas las dos primeras vías, actúa la reserva como una tercera línea de defensa después de que las dos primeras hayan mostrado sus límites”.
Con la pandemia de covid-19 todos estos agentes se han visto además sumidos en una situación que ha complicado el panorama existente. Pablo Yuste, jefe de la cadena de suministro del PMA en Nigeria, cuyo noreste está en riesgo de sufrir hambruna, como diversas regiones de Sudán del Sur y Burkina Faso dibuja en apenas unas frases el panorama demoledor que deja el coronavirus. “El impacto ha sido brutal. No ha habido siembras, se han cerrado los almacenes, apenas hay transporte, tenemos más restricciones de movimientos, se ha limitado el desembarco en los puertos. Se sufre un efecto combinado entre el aumento de los precios y la disminución de los ingresos. Y lo más crítico es la distribución de los alimentos entre la población vulnerable, donde hay que mantener las distancias de seguridad y cumplir con los protocolos para evitar la enfermedad, que puede ser definitiva”, explica en una región donde los conflictos agravan sobremanera la seguridad alimentaria.
Ya en abril de 2019, apenas un año antes de que irrumpiera la pandemia, los choques intercomunitarios, la debilidad de los estados, la pobreza, el yihadismo y el desempleo juvenil sumados a los efectos del cambio climático y la falta de agua potable en la región provocaron que la FAO estrenara una oficina subregional para África del Oeste, con sede en Dakar. "El Sahel continuará viéndose afectado por conflictos, inseguridad alimentaria, malnutrición, desplazamiento de la población, desastres naturales y epidemias. A no ser que abordemos las causas profundas de estas crisis, millones de personas seguirán necesitando cada año ayuda urgente", declaró el entonces director general de la FAO, José Graziano Da Silva, durante la inauguración del nuevo edificio para el África del Oeste en Dakar.
En Níger, con más de 3,8 millones de personas que necesitan ayuda humanitaria y siendo el último país del mundo clasificado en el Índice de Desarrollo Humano, se agrava la escasez de alimentos entre cosechas. Existe un nivel de emergencia de desnutrición aguda grave que afecta a los niños menores de 5 años en todo el país. A los problemas en los cultivos, de acceso a agua o a electricidad, se suman deficientes instalaciones para el almacenamiento de los productos o de infraestructuras para el transporte. La Unión Europea también tiene desplegada en el país una misión de Protección Civil y Ayuda Humanitaria (ECHO), que proporciona comida, abrigo, salud y cuidado nutricional, entre otros servicios. “La anemia, la malaria y el agotamiento de las mujeres por su arduo trabajo diario, para conseguir agua entre otras tareas, provoca que estén muy cansadas y tengan complicaciones en el embarazo”, declaraba en 2015 un doctor nigerino en un país con una media de siete hijos por mujer en un hospital sin apenas recursos para atenderlas desde Tillabery, una región ahora impracticable por la violencia.
Pero frente a esta situación la población africana asume paulatinamente que su desarrollo debe realizarse con la mirada puesta en el respeto al entorno, no replicando el modelo occidental de crecimiento. “Nos enfrentamos a la reducción de la producción alimentaria y hace falta desarrollarla de forma sostenible, no degradando el medio ambiente", declaró en el acto de inauguración de la oficina de la FAO en Senegal Robert Guei, coordinador de la sede.
También numerosos gobiernos africanos, al menos en sus discursos, han adoptado esta fórmula de desarrollo, recogidas en numerosas líneas de trabajo de la Unión Africana. Aunque en la práctica se complique y se ponga en evidencia en numerosas ocasiones la falta de voluntad política.
Por su lado, la sociedad civil y los movimientos en el ámbito local reclaman con fuerza cambios a los gobiernos municipales, nacionales o regionales. En la XXII edición del Festival local Alimenterre, en la Cámara de Comercio de la ciudad costera de Saint Louis en Senegal, se lanzaron importantes mensajes a pescadores y agricultoras sobre el impacto de comprar productos locales para generar riqueza en el territorio, evitar el uso de fertilizantes químicos, seleccionar de manera óptima las semillas o formarse en el estudio de la pluviometría y el acceso a recursos financieros. "El cambio climático surge de una gran injusticia de la humanidad.
El desarrollo de los países occidentales se consigue con una fuerte industrialización, con el sector del agronegocio, con los pesticidas, con los fertilizantes químicos… Y cuanto más se siga así, más aumentarán las consecuencias negativas, la degradación del medioambiente”, declaraba Ibrahima Fall, coordinador de la edición, dispuesto a no replicar estos modelos en su tierra.
En la misma localidad, la campesina Fatimatou Sall es la fundadora de la Asociación de Mujeres para la Solidaridad y el Desarrollo de Nord, a la que pertenecen alrededor de 2.000 agricultoras.
También promueve el cultivo sin fertilizantes y reclama a los Gobiernos más inversiones en las zonas rurales, sistemas de goteo, infraestructuras para transportes y maquinaria para la recolección, que les permitan jornadas menos agotadoras de trabajo. En sus demandas también están solicitudes de derechos estructurales para seguir extendiendo su enfoque y sus valores con garantías. "Los hombres tienen la costumbre de poseer los mayores terrenos. Pero ahora los queremos nosotras también", dice con claridad.
Ángeles Lucas, periodista
Máster en Periodismo y en Antropología, escribr en El País desde 2009, ahora en la sección de Internacional. Antes de esto trabajó en Roma, cubriendo temas de Seguridad Alimentaria, Cambio Climático, Desarrollo, Migraciones… para la sección Planeta Futuro del mismo diario. Además, desde Andalucía escribió para las secciones de Nacional, Sociedad y Cultura durante siete años y también colabora en el blog África no es un país. Trabajó en BBC Mundo durante tres años y ha fotografiado vidas cotidianas en más de 40 países. Hizo el Servicio de Voluntariado Europeo en Estambul y la beca Leonardo en Bruselas. Realizó una publicación sobre historias de vida en Perú llamada ‘Miradas’ y una exposición de fotos titulada ‘La tierra es un solo país’. Da charlas en distintas universidades y ganó el II premio del Concurso de Fotografía de Investigación Etnográfica de la Universidad de Sevilla.