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EL TERRORISMO YIHADISTA EN EL SAHEL. UNA AMENAZA CRECIENTE
13/5/21, Casa África/online
Marta Summers. Experta en análisis de inteligencia. Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo (OIET).
Situación actual del terrorismo yihadista en cifras
El objeto del presente documento es presentar en detalle la actual situación del terrorismo yihadista en la región del Sahel, así como su evolución durante los últimos meses y años. Por último, se analizará la expansión geográfica que estos grupos están llevando a cabo, exponiendo qué factores se encuentran tras este fenómeno.
A lo largo de la última década, y más concretamente en los últimos tres años, el contexto de seguridad africano ha sufrido un rápido deterioro. La región del Sahel, y más concretamente su zona occidental, se ha visto especialmente afectada. En este sentido, 2019 marcó un punto de inflexión ya que, por primera vez, el Sahel se consagró como la zona más afectada por el terrorismo yihadista a nivel mundial, superando ampliamente los niveles de violencia de Oriente Medio.
En 2020 esto se ha repetido y la región ha encabezado, nuevamente, la comparativa de terrorismo global.
Continúan distinguiéndose, dentro de esta subregión occidental del Sahel, dos claros focos de violencia yihadista: por un lado, la llamada zona de la Triple Frontera entre Malí, Burkina Faso y Níger; y en la zona más central u oriental, la cuenca de Lago Chad, que abarca territorios de Nigeria, Níger, Chad y Camerún.
Tal y como se puede apreciar en la figura 1, los niveles de violencia registrados en ambos han sido muy similares a lo largo de 2020. Analizando en primer lugar las cifras de 2020 a nivel global, y comparándolas con las registradas en 2019, en las regiones del Magreb y Sahel Occidental se han registrado un total de 921 atentados terroristas, de los que solo un escaso 2% ha tenido lugar en la primera de ellas. Esto supone un 70% de incremento respecto al nivel de violencia yihadista del año anterior. A nivel nacional, a excepción de Libia, Túnez, Senegal y Mauritania, el resto de los países de estudio han experimentado un drástico aumento del terrorismo.
Respecto a víctimas mortales, en 2020 casi 4.000 personas han fallecido como consecuencia de este tipo de violencia, lo que supone casi el doble (43%) que en 2019. La victimología queda dividida de forma prácticamente igual entre civiles (57%) y fuerzas de seguridad (63%).
Tal y como ya sucedió en 2019, el grupo terrorista más activo habría sido Boko Haram, que habría reivindicado cerca de 300 atentados, y Nigeria el país más afectado por la violencia yihadista.
Lamentablemente, 2021 continúa mostrando esta tendencia negativa. El primer trimestre deja un total de 245 atentados de carácter terrorista lo que, si bien supone cierto alivio respecto a los últimos meses de 2020, si se compara con el principio de dicho año, o con cualquiera de los datos de 2019, se constata una evolución muy negativa. Por tanto, a nivel agregado, si la situación no experimenta cambios radicales, el año sería previsiblemente peor que 2020.
La línea secundaria de la figura 2 muestra la ratio de mortalidad trimestral, es decir, el número medio de víctimas por atentado. A nivel general, esta cifra presenta una evolución más moderada, siendo notablemente inferior a 2019 y principios de 2020, aunque en continuo aumento desde el pasado mes de octubre.
En este período sí se registran diferencias respecto a la autoría de los ataques terroristas. Entre enero y marzo del presente año, el grupo más activo ha sido la coalición JNIM, afín a Al Qaida y que opera principalmente en Malí y Burkina Faso, aunque, como se analizará a continuación, sus actividades se han expandido también hacia los países del Golfo de Guinea.
Por otro lado, el grupo que más víctimas mortales ha provocado sería la filial local de Daesh en la zona de la triple frontera, el Estado Islámico en el Gran Sáhara, al que se le atribuyen las recientes masacres contra población civil que han tenido lugar en las regiones de Tillabéri y Tahoua, en el suroeste de Níger. Contrasta, por tanto, con el protagonismo que a nivel global ha tenido la cuenca del Lago Chad en 2019 y 2020.
Expansión geográfica del terrorismo yihadista.
Al ya detallado deterioro de la situación de seguridad regional habría que sumarle la continua expansión que los principales grupos terroristas están llevando a cabo, algo que tiene lugar en los dos principales focos de violencia yihadista previamente identificados. Durante el último año, el dominio territorial de los principales grupos yihadistas ha aumentado notablemente. A continuación, se analizará cada uno de estos escenarios y, posteriormente, las posibles causas que propician esta expansión.
Sahel Occidental: Zona de la “triple frontera”
En el primero de ellos, se observa un aumento del dominio territorial tanto por parte de la coalición JNIM como de la filial de Daesh, el Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS en adelante).
En el caso de JNIM, la Katiba Macina, uno de los grupos que integran dicha coalición, se ha desplazado progresivamente hacia el oeste: a lo largo de 2019 y 2020 perpetró un creciente número de atentados en la región maliense de Kayes, fronteriza con Senegal y Mauritania—en los que no se han registrado atentados de carácter yihadista en la última década—. Pese a que ninguno de ellos tuvo lugar al otro lado de las fronteras de Malí, las autoridades senegalesas aumentaron las medidas de seguridad fronterizas y, en febrero de 2021, por primera vez en los últimos tres años, la gendarmería senegalesa desarticuló una célula perteneciente al grupo en su territorio nacional.
Por otro lado, algunos elementos del grupo se han establecido en la zona fronteriza entre Burkina Faso y Costa de Marfil, donde han atentado en 2020 y 2021. Los países del Golfo de Guinea se han visto crecientemente amenazados desde 2019, debido al aumento de la actividad terrorista a lo largo de la frontera sur de Burkina Faso. La menaza finalmente se materializó en 2020, con sendos atentados en Benín y Costa de Marfil. Este último, que había conseguido evitar ser golpeado por el terrorismo yihadista desde el ataque contra el Grand Bassam en 2016, ha sufrido repetidos incidentes contra bases y puestos militares en su región norte, en los alrededores de la localidad de Kafolo que, con una alta probabilidad, serían obra de miembros de este grupo.
En el caso de Benín, la autoría no queda tan clara. Como se puede apreciar en la figura 3, en la zona oriental de Burkina Faso actúan tanto grupos de JNIM como el EIGS, con una creciente presencia de aquellos a lo largo de 2020. Esta zona es precisamente donde tuvo lugar el asesinato de los periodistas españoles David Beriain y Roberto Fraile, así como del conservacionista irlandés que los acompañaba, Rory Young. Si bien las autoridades investigadoras corroboraron que, con una alta probabilidad, se trataría de grupos yihadistas, la autoría no ha sido confirmada aún.
Precisamente la filial local de Daesh ha protagonizado una acusada expansión geográfica. El grupo, cuyo bastión se encuentra en la zona de Ménaka (Malí) y la región nigerina de Tillabéri, comenzó a intensificar sus actividades en el centro de Malí y el norte y este de Burkina Faso a finales de 2019, algo que se incrementó durante los primeros meses de 2020. Esto provocó un aumento de presión contra el grupo, tanto por parte de las fuerzas de seguridad nacionales e internacionales—el gobierno francés, que lidera la operación Barkhane, estableció al EIGS como principal objetivo—, como de la coalición JNIM, que vio invadidos territorios que hasta el momento eran de su dominio. El aumento de la tensión puso fin a la excepcional convivencia pacífica entre ambos grupos terroristas, que no habían protagonizado enfrentamientos de relevancia durante sus años de coexistencia, sucediéndose continuas batallas entre los dos actores en el norte de Burkina Faso, centro-este de Malí y a lo largo de la frontera con Níger.
Pese a las primeras victorias logradas por la filial de Daesh, la coalición JNIM finalizó 2020 habiendo recuperado su práctica hegemonía en territorio maliense. Los enfrentamientos entre ambos han disminuido, y la situación se asemeja más a la registrada en 2019: el EIGS ha aumentado su actividad en la zona más oriental, en el este de Burkina Faso y el suroeste de Níger, donde ha habido un drástico aumento de la violencia, especialmente contra población civil.
Cuenca del Lago Chad
Por otro lado, en la cuenca del Lago Chad, el caso más notable ha sido el de Nigeria, donde dos principales grupos terroristas de carácter yihadista, Boko Haram y la filial regional de Daesh, el Estado Islámico en África Occidental (ISWAP, por sus siglas en inglés, y así denominado en adelante), se han consolidado fuera del estado de Borno, al que habían quedado circunscritos desde la segunda mitad de la década de 2010. Sus actividades en los estados de Yobe y Adamawa, situados inmediatamente al oeste y al sur de Borno, respectivamente, son cada vez mayores, predominando la presencia de ISWAP.
No obstante, también se ha confirmado la presencia de ambos, especialmente de Boko Haram, en regiones ubicadas a cientos de kilómetros de esta zona noreste, como es el caso de los estados de Níger, Zamfara o Sokoto. Para ello, los lazos establecidos entre los terroristas y los grupos criminales locales, que cuentan con robustas redes en la región, han resultado clave.
Esta relación se remontaría a los primeros años de la década pasada, en los que grupos afines a Boko Haram se establecieron en esta zona centro y oeste del país. El máximo exponente de esta expansión hacia la zona occidental de Nigeria tuvo lugar con el comunicado de su líder, Abubakr Shekau, en el que el grupo se atribuía el secuestro de más de 300 estudiantes en el estado de Katsina en diciembre de 2020, pese a que realmente carecían de medios operativos para ser los autores materiales del secuestro.
Por último, Ansaru, grupo afín a Al Qaida, retomó a principios de 2020 la lucha armada, tal y como advirtió meses antes a través de un comunicado. Después de años de inactividad, han reivindicado algunos atentados en la zona centro del país, aunque, por el momento, son de bajo impacto, ya que el grupo no contaría con grandes capacidades operativas. Posibles causas y facilitadores de la expansión geográfica
Dos de las principales causas motivadoras de estos movimientos geográficos de los grupos terroristas serían la creciente presión militar en la zona de la Triple Frontera—donde los esfuerzos se redoblan año tras año—, que provoca su desplazamiento hacia zonas menos protegidas en las que poder fortalecerse, además de la lógica búsqueda de mayor control territorial y aumento de capacidades.
En el caso del Sahel Occidental, los territorios objetivo suponen un gran atractivo, ya que pueden brindar la oportunidad de salidas marítimas al Océano Atlántico. En este caso, cobra especial relevancia el Golfo de Guinea, al ser escenario de otros tipos de delincuencia—piratería, narcotráfico, comercio ilícito, etc.—con las que se podrían establecer nuevas sinergias y, por tanto, aumentar y facilitar el control, la financiación y los suministros de los grupos yihadistas.
A nivel más general, ya que también afecta a la Cuenca del Lago Chad, los parques y reservas naturales juegan un papel importante: vastas extensiones de terreno boscoso con escasa vigilancia, en las que se encuentran grandes yacimientos de recursos naturales no regulados por las autoridades (oro u otros minerales, madera y piezas de caza furtiva, principalmente), lo que permite su explotación de manera ilícita, para posteriormente pasar a formar parte de las redes de contrabando locales. De esta manera permite, además, la activación económica de las pequeñas poblaciones de los alrededores, usualmente faltas de recursos.
Los países del Golfo de Guinea, especialmente Togo y Benín, así como la región oeste de Nigeria, suponen también un caso de especial importancia, ya que el establecimiento de grupos yihadistas allí permitiría creación de un corredor entre los dos principales focos de terrorismo estudiados. No obstante, aunque de manera aún incipiente, ya se han detectado indicios que apuntarían hacia la existencia de este fenómeno: las dos filiales regionales de Daesh, el EIGS y el ISWAP (del que depende aquel), separadas solo por el norte de Nigeria, habrían aumentado recientemente su colaboración operativa y logística.
Por último, algunos factores comunes en toda la región de estudio facilitan el establecimiento de estos grupos, que aprovechan problemas estructurales de los estados y las carencias de su población para afianzar su dominio. Algunos de estas debilidades son la falta de control fronterizo por parte de las autoridades nacionales, lo que permite el libre movimiento de grupos criminales; malogradas relaciones entre gobiernos centrales y poblaciones rurales y periféricas, que supone la generalización de un sentimiento de marginación y de falta de lealtad de los ciudadanos hacia las autoridades; inestabilidad política y falta de confianza en el sistema existente; persistencia de conflictos intercomunitarios o la transgresión de derechos fundamentales por parte de las fuerzas de seguridad. La solución, por tanto, pasaría por el indisoluble nexo entre seguridad, buen gobierno y desarrollo.
Bibliografía:
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Marta Summers es experta en análisis de inteligencia por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha desempeñado funciones como analista de inteligencia en diversas multinacionales. Diplomada en altos estudios de Defensa Nacional por el CESEDEN. Es investigadora del OIET, donde coordina el Observatorio de actividad yihadista en el Magreb y Sahel Occidental. Profesora en el Grado de Relaciones Internacionales bilingüe y su Título Propio asociado de Intelligence en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid, en materias relacionadas con inteligencia, seguridad nacional e internacional. Ha colaborado con distintos medios de comunicación e instituciones en materia de terrorismo yihadista y seguridad internacional.